Exposición de Veva Linaza. AIRE Galería. Bilbao
Del 17 de septiembre al 18 de noviembre de 2021

“Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que le causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse, parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él sino en mí. El brebaje la despertó, pero no sabe cuál es y lo único que puede hacer es repetir indefinidamente, pero cada vez con menos intensidad, ese testimonio que no sé interpretar y que quiero volver a pedirle dentro de un instante y encontrar intacto a mi disposición para llegar a una aclaración decisiva. Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene que dar con la verdad. ¿Pero cómo?... ¿Cuál puede ser ese desconocido estado que no trae consigo ninguna prueba lógica, sino la evidencia de su felicidad, y de su realidad junto a la que se desvanecen todas las restantes realidades?”*

Las pinturas que presento en esta exposición tienen algo de magdalenas. Algunas son pinturas realizadas hace ya algún tiempo, otras más recientes; incluso las hay que aún están frescas. No creo que todas ellas tengan el mismo aroma, pero están trabajadas desde una memoria que trata de recordar qué fue lo que en aquella otra pintura hizo que me sintiera feliz. Por eso diría que son pinturas que, unas a otras, se buscan.
Y ahí radica el problema, en el empeño de la memoria buscada.
Cada vez que se comienza una pintura hay que volver a empezar, una y otra vez, de cero. De nada sirve, antes de emprender la batalla, subir los peldaños en otras ocasiones avanzados. Pintar es empezar una y mil veces; beberte el té, como dice Proust más adelante, pensando sencillamente en tus problemas de hoy y en tus deseos de mañana. Sintiéndote un poco cobarde. Esperando sin esperar a que se desmigaje, con el calor del agua, ese trozo de magdalena que salpicará al caer en tu taza de té, provocando la interrupción de la costumbre.
Veva Linaza

* En busca del tiempo perdido (Por el camino de Swann). Marcel Proust