Sitúo al sujeto (en este caso pintor) DELIBERADAMENTE en la sombra. No se trata de colocarlo del todo en la caverna de Platón (que también) como de desarrollar una técnica de resistencia a la verdad[1].

En este caso, las coordenadas de nuestra caverna contemporánea posicionan al sujeto entre la FALACIA de los dos mundos (el mundo sensible y el del pensamiento) y su DELIBERADO engaño metafísico. En esa fina línea donde puede llegar a ser posible la convivencia entre la carne y el espíritu, lo visible y lo invisible, la verdad y la mentira. No hay dos mundos porque la metáfora los une[2].

La caverna contemporánea quiere ser un espacio abierto a la incertidumbre, en donde el deseo se canalice, no en el conocimiento de la verdad, sino en la habilidad por mantener la tensión generada en la estratagema de la sombra. Un acceso a la invisibilidad mediante el contacto físico y el reconocimiento carnal. El sujeto quiere saber y por esa razón trata una y otra vez de modelar la verdad (obra de arte). No obstante, se deleita en su propia duda. El permanente deseo humano de liberarse de los sentidos para alcanzar la verdad (platónica) parece no ser más que puro cuento, una novela que estructura, a través del regodeo, el entendimiento del (pintor), manteniendo, en resumidas cuentas, VIVO, su deseo de seguir (pintando).

El sujeto, entonces, se sube a un tren (alegórico). Recorre el trayecto desde A hasta B y regresa a A. Se trata de un recorrido (estiramiento) horizontal cuyos extremos (salida y llegada) es uno mismo y están conectados por la alegoría del pensamiento. Se trata de un trayecto de ida y vuelta y, con suerte, si el sujeto se queda dormido, puede darse la posibilidad de volver a partir de nuevo. La verticalidad o intelectualización estética de la vía no está contemplada (todos sabemos que un tren no puede ir cuesta arriba… podría, pero no le corresponde como tren). Por lo tanto, su trayecto dispondrá de los meandros y zigzagueos correspondientes para sortear los diversos desniveles. 

La distancia temporal lineal que mide los dos extremos (salida-llegada) no tiene por qué coincidir con la distancia que quizás pueda llegar a medir los diversos lugares del pensamiento (si es que esto es posible), relatos o hechos acaecidos durante el viaje, a los cuales les corresponde el tiempo como devenir cimbreante (no caprichoso) y consecuente con las fluctuaciones propias de la razón. 

A y B no son SOMBRA (A) y LUZ (B), pero… ¿podrían establecer el juego del claro-oscuro entre ellos? Quizás al sujeto le guste posicionarse en la frontera (¿mitad de trayecto?), entre la luz y la sombra, en el gris. Eso sí, que cada uno elija su gris[3].

Propongo aquí el gris genético derivado del triángulo de Goethe[4], aquel que emerge desde la más extrema oscuridad y al mismo tiempo desde la absoluta luminosidad, es decir, desde la anulación de los opuestos que precipita la posibilidad de la totalidad. Ese negro que al absorber un mínimo rayo de luz se dirige hacia el azul (¿de Prusia?) y ese blanco que al interferir con la sombra se queda quieto al calor del amarillo (¿Nápoles?). El gris genético que permite ser entendido desde el éxtasis del rojo (seguramente Cadmio medio).

A-B-A= GRIS (circular)

El ardid de la sombra estira los conceptos, los despoja de su verticalidad intelectual para desplomarlos contra el suelo. Como el polvo que imperceptiblemente fue posándose en el vidrio de Duchamp, el gris se presenta entre los colores que se crían como gusanos de seda o se cultivan como espárragos. Color(es) (GRIS) frutal(es), solamente que “el fruto todavía evita ser comido”[5]

Algunas preguntas a modo de conclusión:

¿Cuánto tiempo tardará el sujeto en llegar de A a A? y ¿Cuándo se cruzará su tren con otro que sale de la misma estación tres horas y cuarenta y cinco minutos después? ¿A qué altura del trayecto se encontrarán? ¿A quién le importa?

…y… ¿Quién es ese sujeto? ¿Quién va en el otro tren?

Veva Linaza
(a propósito del lugar del sujeto)

[1] Calvo Serraller, Francisco. La senda extraviada del arte. Ensayos sobre lo excéntrico en las vanguardias. Biblioteca Mondadori, Madrid, 1992, p. 26

[2] Arendt, Hannah. La vida del espíritu. Paidós Básica, Barcelona, 2002, p. 132

[3] Gilbert Lascaux propuso en Elementos para un dossier sobre el gris en <<Revue d’Estetique>> La práctica de la pintura, un dossier muy colorido en donde inventariaba todo tipo de grises… había de todo, desde el gris policiaco, el más bien feo, el enemigo de la pintura, el Drácula, etc.

Divertido, recomendable su lectura.

[4] Deleuze, Gilles. Pintura. El concepto de diagrama. Editorial Cactus, 2014, p. 188

[5] Paz, Octavio. Apariencia desnuda. La obra de Marcel Duchamp. Alianza Forma, 1994, p. 176